Compartir la experencia, es compartir el gusto y la responsabilidad. Es abrir los ojos através del otro, asumir el compromiso que nos toca como actores fundamentales de nuestro entorno, herederos del pasado y sembradores del futuro.

Éste es un espacio para compartirles mi experiencia.
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8 de enero de 2012

Nacala, Mozambique



Eran las 4 de la mañana, la migraña me despertó mientras las aeromozas repartían café y té, me asomé por la ventanilla y encontré volando sobre tierra, un naranja brillante se desprendía del desierto de Kalahari, estábamos ya en África. Desperté a Héctor, amigo Chihuahuense y compañero de viaje para que se asomara también por la ventanilla, me volví a tirar en el asiento y pedí un café bien cargado, pregunté a la aeromoza por unas aspirinas que nunca llegaron, media hora después el piloto anunciaba el descenso, estábamos por aterrizar en Johannesburgo, Sudáfrica.
Cruzamos los controles sin problemas, sin otra cosa en la cabeza que conseguir medicina para la migraña entré en la primer farmacia que encontré, después de un par de minutos me sentí mejor, tal vez fue saberme ya con los pies en tierra lo que me tranquilizó y me despejó un poco la cabeza. Salí de la farmacia, tomé un par de pastillas y me detuve frente a un gran ventanal, afuera un enorme sol comenzaba nacer del horizonte mientras un avión con la bandera sudafricana en el fuselaje aterrizaba, la emoción me invadió y se me formó un nudo en la garganta, por fin, estaba en África. Unas horas después, otro vuelo aterrizaría en Maputo, capital de Mozambique, país de mi proyecto.
El viaje desde Maputo fue pesado, mi destino Final era la Ciudad de Nacala, ubicada al Norte del país en la provincia de Nampula, una ciudad con un gran puerto comercial. Salimos un lunes a las dos de la tarde, la pequeña estación de camiones estaba situada en el centro de la ciudad, entramos a la pequeña sala principal sin saber bien que hacer, al centro del salón estaba una línea formada con maletas, bolsas y maletines de los viajeros, pregunté en el mostrador por el camión que salía a la ciudad de Beira, primer parada para mi destino final, ella mostró con el dedo la línea de maletas y yo recordé un pasaje del libro “Ébano” de Kapuscinzki en el que menciona la importancia y la democrática autoridad que representa una fila de artículos dentro de la cultura Africana, la sola presencia de una bolsa o una cubeta, representa la presencia y el orden inamovible de las personas que sin estar ahí, hacen presencia, en los pozos de agua, en las clínicas, en las oficinas, las filas constituyen un acuerdo común que genera orden dentro del caos que comúnmente se crea en estos lares. Tomé mi maleta y mi guitarra y las puse al final de la fila, Héctor hizo lo mismo, unos minutos después llegaron más personas y sin preguntar, pusieron sus maletas detrás de las nuestras, estábamos en lo correcto. El camión salió en punto de las dos de la tarde, dejamos atrás la ciudad de Maputo, entre negocios, grandes empresas que iban alternando presencia con pequeñas chozas y mercados improvisados por todas partes hasta dar lugar a unas llanuras inmensas con una vegetación que desconocía por completo. El autobús de primera clase tenía dos niveles, nosotros en el nivel superior teníamos una vista privilegiada de todo lo que nos rodeaba, el enorme contraste entre las condiciones en las que viajábamos y lo que sucedía ahí afuera, a pie de carretera se hicieron evidentes.
Llegamos a la ciudad de Beira de madrugada, Maicon, un colega brasileño fue por nosotros a la estación de bus, tomamos una van para llegar a su casa y dejar las maletas de Héctor, el se quedaba en Beira mientras yo seguía mi camino para Nacala. Mi autobús salía a medio día, así que sólo nos dio tiempo para almorzar en un café frente a la costa. Regresé a medio día para tomar mi autobús a la ciudad de Nampula, regresé un poco nervioso por el caos que reinaba en la estación, no encontré mi maleta y mi guitarra en donde las había dejado y pregunté por ellas, el encargado me dijo que ya estaban en el camión y a pesar de no encontrar ningún camión afuera no tuve más remedio que sentarme y confiar. Dos en punto y abrieron la puerta para subir al autobús, entregué mi pasaje y eché un vistazo rápido al maletero, mis cosas ya estaban ahí, una vez más comprobé el orden y la autocracia de las filas. Iba ya en camino a la ciudad de Nampula, no pasó mucho tiempo para que me ganara el sueño, desperté con un salto del autobús que pasó todo el camino evitando los baches de la carretera, abrí los ojos y afuera encontré un paisaje totalmente extraño para mi, la luna brillaba como una lámpara blanca y todo se llenaba de sombras azules, afuera el llano era interrumpido por las siluetas de unos inmensos baobabs que imponían su presencia a pie de carretera y al horizonte, los majestuosos arboles que llenaban aquel planeta recorrido por el principíto de exupery me decían que estaba en un lugar completamente ajeno, desconocido, el paisaje de Mozambique, siempre increíble, con sol o con luna.
Llegamos a una aún más improvisada estación, un pequeño hangar servía de garaje para el autobús, bajé sin saber muy bien que hacer, envié un mensaje a Maputo para seguir indicaciones, un taxi ya esperaba por mi, tomé mis cosas y salí del hangar. Un joven en playera roja caminaba en dirección al autobús y supe que ese era mi hombre, me reconoció de inmediato (el único Cuña en todo el lugar) nos saludamos y me llevó hasta su coché, dejé mis cosas en la cajuela y apenas me acomodé en el asiento de adelante, el coche se llenó con otras cuatro personas en la parte de atrás, me llevó a la estación de machibombo (minibús), un terreno repleto de autobuses, camionetas, gente vendiendo todo tipo de artículos imaginables y un mercado en la parte posterior. Bajé del auto y el taxista me encaminó hacia el machibombo más viejo y destartalado del lugar, intercambió un par de palabras con un hombre que acomodaba bultos en el techo del vehículo, me comenzaron a señalar y el chofer me dijo: “vigila bien tus cosas, ahora regreso” y se alejó en el coche perdiéndose en la multitud, las personas me veían con cierta intranquilidad (no sé si sabían que mi intranquilidad era mayor), revisaban mi ropa, mis gestos, comentaban algo y me miraban, algunos reían mientras yo intentaba alejar al enjambre de jóvenes que intentaban venderme cargadores de batería para celular, cintos de cuero, peines y otras cosas. Al cabo de diez minutos el taxista regresó y tomó mi maleta, la pasó al hombre que estaba encima del machibombo y me pidió 100 Meticais, se los dio al hombre y me dijo: “súbete al machibombo, el sabe ya a dónde vas, no dejes que te cobre más de 150 Meticales, no les pagues más, tu maleta ya va asegurada, no les des más dinero y no pierdas tu lugar”. Le agradecí por la ayuda, nos dimos la mano y nos despedimos, me subí al machibombo con guitarra en mano, me acomodé en uno de los asientos en la parte de atrás, las personas no contenían su curiosidad y volteaban a verme a mi y a mi guitarra, no es tan común que extraños e indecisos blancos viajen por ahí. Eran ya las diez de la mañana y el calor se hizo insoportable, después de 20 minutos ya me había terminado la poco agua que tenía y nada indicaba que estuviéramos por salir. Pasamos más de hora y media sentados en el machibombo inamovibles, en silencio, la mayoría de las personas entraon en un estado de meditación profunda como intentando desconectarse de la espera y del calor, otros simplemente con la mirada perdida pasaban los minutos sin hacer ni un solo gesto, 10 minutos antes de las 12 el machibombo encendió los motores. El viaje duró casi cuatro horas, en todo el camino fue imposible realizar cualquier movimiento, el poco espacio de los asientos y la enorme guitarra en las rodillas me imposibilitaba cualquier intento de reacomodarme. La mitad del camino, una bebé durmió sobre mi hombro lo cual aumento aún mi rigurosa inmovilidad. Comenzamos a entrar por fin a la ciudad de Nacala, las personas comenzaron a despertar de su letargo y la charla iba en aumento, mis vecinos comenzaron a preguntarme por mi guitarra, mi país y otras cosas, yo intenté explicarles lo mejor que pude, el último tramo del largo, largo viaje se hizo más sencillo.
El camión entró en un terreno seco, levantando una nube de polvo, sin saber cómo ni de dónde un grupo de unos 20 motociclistas con pinta de bandoleros comenzaron a rodearnos, dando vueltas rápidas alrededor del machibombo aún en movimiento. El vehículo se detuvo y las personas dentro comenzaron a removerse en sus asientos moviendo cada extremidad y cada bulto que cargaban, afuera, frente a la puerta del bus, el pequeño ejército motorizado esperaba con impaciencia mientras aceleraba los motores, un montón de gente se reunió a ver el espectáculo que comprendía la llegada de un camión de la ciudad.
Me ajusté el sombrero, me colgué la mochila y tomé el estuche de la guitarra con fuerza, comenzamos a bajar. di un salto desde el último escalón y comenzó el desbarajuste. Los motoristas comenzaron a gritar todos al mismo tiempo “taxi” “!bass!” ”My friend, taxi” “Va para alta?” “Taxi, Bass”.
Yo sin saber bien a dónde dirigirme, hice lo único que me quedaba por hacer , tomar mi maleta y comenzar a caminar como si supiera exactamente a dónde iba, es decir, hice lo que mejor sé, hacer y decir las cosas como si en realidad supiera, aunque no tenga un carajo de idea.

Salí de la improvisada estación de bus y encontré una tienda de refacciones con un tejaban que ofrecía algo de sombra, dejé mi maleta, encendí un cigarro y saqué el celular de mi bolsa, envié un par de mensajes a Maputo para saber si debía ir a algún lugar o a contactar a alguien, nadie respondió. Me acomodé lo mejor que pude y recargué la espalda en la caliente pared de lámina de la tienda. A unos metros estaba una barbería llena de jóvenes con aspecto, muy moderadamente agradable, comenzaban a analizarme y comentaban algo entre ellos en Makua, el dialecto local.
Encontré nuevamente el factor común de cada rincón Africano, los niños, presentes en todos lados, corriendo, buscando, con la mirada inquieta, nerviosa cuando ven a un blanco.
Después de un rato, las personas comenzaron a acercarse, un joven me pidió un cigarro, le ofrecí la cajetilla para que tomara uno y fueron dos los que se llevó. Otro joven acercó y me empezó a ofrecer servicio de taxi, cada vez que yo le decía que no el parecía más empeñado en intentar convencerme. Media hora después, recibí un mensaje del director de proyecto, un camión rotulado con el nombre de la ONG llegaría por mí, pero tendría que esperar media hora o más, entonces pude relajarme un poco. Comencé a jugar con los niños ya cruzar un par de palabras con el dueño de la refaccionaria para hacer tiempo, las mujeres ataviadas con sus capulanas coloridas caminaban en línea llevando enormes bultos sobre la cabeza en un acto impresionante de equilibrio. Al cabo de una hora y media un pequeño camión blanco entró en la calle mientras un hombre salía por la ventana y saludaba con la mano, leí en el parabrisas el nombre del proyecto y tomé mis maletas, todos los locales que esperaban en la estación me miraban extrañados, el joven del taxi me miró con recelo y cierta incredulidad, realmente estaba esperando a alguien. El hombre que saludaba era Abdala Celestino, encargado del proyecto de escuelitas de pre-escolar en las comunidades vecinas al proyecto, en un inglés atropellado comenzó a explicarme no sé que cosas, subí mis maletas al camión y me subí al asiento del copiloto, al volante encontré Cásimo, quien vendría a ser un elemento importante para el desarrollo de todas mis actividades en el proyecto, es el Chofer del proyecto y el encargado del transporte, en el camino intentaba hablar con el, pero su característica cara de pocos amigos y caprichoso humor no lo tenía de muy buen ánimo, era ya la hora de salida y el seguía trabajando. Cruzamos las calles y avenidas de Nacala, yo encontraba el Mar a un lado y no podía esperar por llegar a casa, nos detuvimos a media carretera frente a un gigantesco árbol de mango, Casimo se despidió y bajó del carro, Abdala tomó el volante y comenzó a hablarme con su peculiar inglés mientras yo confundido intentaba hablarle en mi mal portugués, intentó explicarme las cuestiones generales del camino mientras cruzamos el camino de tierra que cruza Muzuane, la comunidad en la que vivimos, justo antes de llegar a laplaya, entramos en un pequeño portón de puertas oxidadas, cuatro perros aparecieron de la nada ladrando emocionados, mientras el camión disminuía su paso y se estacionaba frente a una casa. Bajé emocionado del camión, encontré a Paola en la puerta de la salida y nos dimos un interminable abrazo, la incontenible emoción, la eterna espera y el viaje suspendido, no sé aún bien quién estaba más conmovido, si ella, Abdala o yo, estaba ya en casa.

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